Tres hombres en bicicleta by Jerome K. Jerome

Tres hombres en bicicleta by Jerome K. Jerome

autor:Jerome K. Jerome [Jerome, Jerome K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1889-05-15T00:00:00+00:00


Capítulo IX

Harris quebranta la ley. El hombre servicial: los peligros que lo acechan. George inicia su carrera criminal. Aquellos para quienes Alemania es un regalo y una bendición. El pecador inglés: sus decepciones. El pecador alemán: sus excepcionales ventajas. Lo que no puedes hacer con tu cama. Un vicio barato. El perro alemán: su sencilla bondad. La mala conducta del escarabajo. Un pueblo que va por donde debe ir. El niño alemán: su amor por la legalidad. Cómo descarriarse con un cochecito de bebé. El estudiante alemán: su terquedad escarmentada.

Entre Núremberg y la Selva Negra, los tres nos las arreglamos de un modo u otro para meternos en líos.

Empezó Harris en Stuttgart, insultando a un oficial. Stuttgart es una ciudad encantadora, limpia y alegre, un Dresde en pequeño. Posee el atractivo adicional de que uno no necesita moverse mucho para ver lo poco que contiene: un pequeño museo de pinturas, otro museo de antigüedades también pequeño, y medio palacio, y ya lo has visto todo y puedes dedicarte a divertirte.

Harris no sabía que insultaba a un oficial de policía. Lo tomó por un bombero (parecía un bombero) y lo llamó dummer Esel.

Aunque en alemán no está permitido que llames estúpido asno a un policía, no cabe duda de que este en particular lo era. Lo que ocurrió fue lo siguiente: estábamos en el Stadtgarten y Harris, que estaba ansioso por salir, al ver una puerta abierta salió a la calle saltando por encima de un alambre. Harris mantiene que nunca lo vio, pero indudablemente del alambre colgaba un cartel que decía Durchgang Verboten. El hombre, que estaba cerca de la puerta, detuvo a Harris y le señaló el cartel. Harris le dio las gracias y prosiguió su camino. El hombre lo siguió, explicándole que el asunto no podía ser tratado con semejante despreocupación. Lo que había que hacer para resolver aquello era volver atrás y entrar de nuevo en el jardín saltando por encima del alambre. Pero Harris le hizo notar que el cartelito decía prohibido el paso y que, por tanto, volver al jardín significaría infringir la ley por segunda vez. El policía lo admitió y sugirió que, para superar las dificultades, Harris entrara por la puerta principal, que estaba a la vuelta de la esquina, y de manera apropiada volviera a salir por allí mismo inmediatamente. Fue entonces cuando Harris lo llamó estúpido asno. Esto nos retrasó un día entero y a Harris le costó cuarenta marcos.

El siguiente fui yo, al robar una bicicleta en Carlsruhe. Eso no significa que me propusiera robarla, simplemente trataba de hacer un favor. El tren estaba a punto de arrancar cuando me fijé en que la bicicleta de Harris, según me pareció, aún estaba en el vagón de carga. No había nadie para ayudarme. Salté al vagón y la cogí justo a tiempo. Empujándola triunfalmente por el andén, me tropecé con la auténtica bicicleta de Harris, apoyada en la pared, detrás de unos cántaros de leche. La bicicleta que empujaba no era la de Harris sino la de otra persona.



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